Termina
ya la fase de grupos del Mundial de Brasil 2014, en el que (como en todos) ha
habido sorpresas, hazañas inesperadas y decepciones monumentales de todas las
apariencias posibles. Esta fase ha sido prolija en esta clase de situaciones:
Alemania no logró imponerse a Ghana, Costa Rica pasó como primera de grupo por
delante de Italia, Inglaterra y Uruguay, y, como dato pintoresco, un futbolista
de élite puso en juego (y finalmente le costó) su participación en los octavos
de final con su país por el simple hecho de morder a un deportista rival. Sin
balón, sin jugada, sin motivo. La acción de Luis Suárez ha causado un gran
revuelo en los media, y ha alimentado
aún más los rumores sobre su posible fichaje por un grande del fútbol europeo,
en especial el FC Barcelona, según parece en las últimas horas. Pero, todavía
más importante, más sorprendente y, para muchos, más descorazonador que una
dentellada cual Ratata, fue la pronta eliminación de la Selección española. De
la Roja. La campeona de Europa en 2008 y 2012, del mundo en 2010, el mejor equipo del mundo y serio candidato para ganar el campeonato mundial junto con la
anfitriona Brasil y Argentina, que cuenta entre sus filas con el mayor
futbolista sobre el globo. De la Roja. Sin embargo, cayó derrotada por KO
técnico frente a Holanda (1-5) y Chile (2-0), haciendo intrascendente la
goleada final contra Australia por 3-0. Un amargo adiós para un país que
esperaba mucho más, una alegría, por muy efímera que sea, ante el páramo gris
que rodea el resto de la realidad. No fue así y los españoles no tendrán nada
que celebrar este verano, deportivamente hablando. Nadie lo hubiera dicho,
nadie lo hubiera apostado (como sí hiciera un noruego con Suárez, reincidente
además) y, sin embargo, ocurrió. Resulta manido aquello de que la realidad
supera (en tanto sorprende más que) la ficción y a todos nos dan ganas de
soltar una hostia a quien pretende despegar los labios para largarla,
creyéndose poseedor de una verdad inamovible;
platónicos… Pero ha ocurrido y parece que damos fin a uno de los mayores
equipos de todos los tiempos, sino el mejor, y la población duda de que pueda
repetirse cuando varios de sus máximos ídolos y constructores como Xavi
Hernández, David Villa, Xabi Alonso, Carles Puyol y quizás Iker Casillas se despiden
del equipo. Sin permitirnos caer en la nostalgia, sino en el reconocimiento a
esta generación única de futbolistas españoles, un breve repaso a su historia
nos pueda ayudar a reconocer toda su dimensión legendaria.
Ganar, ganar y volver a ganar, y ganar y ganar y
ganar y volver a ganar
El hombre que parió la Roja
Aquel
lema de Luis Aragonés, mítico ya. La obsesión por el triunfo, la búsqueda
incesante del éxito, la ambición constante de los más grandes. Aquella idea que
había que clavar en las mentes de sus pupilos costara cuanto costase. No la
calificaríamos como inconveniente, dadas las circunstancias. Por entonces (y
para los más agoreros, dentro de poco), la selección española no pasaba de
cuartos de final en las competiciones internacionales, la España de Raúl, Guti,
Míchel, Luis Enrique, de Hierro y Guardiola, tiempos oscuros de nulo éxito y
menos alegrías. La Furia.
El
Sabio de Hortaleza sabía que para cambiar el fútbol patrio y encaminarlo por la
senda del éxito debía cambiar a los futbolistas españoles, y más después del
fracaso en el Mundial de 2006. Estudió al detalle a los más destacables
jugadores del país y se halló con una horna de deportistas de características
muy peculiares. De físico poco envidiable, no muy fuertes ni especialmente
hábiles, sí destacaban en otros aspectos: su capacidad para jugar el balón,
para mantenerlo y no perderlo, su comodidad e incluso complicidad con él. Su
rapidez de pensamiento. Su corta estatura. Los bajitos. Colocándolos juntos, el
mito del Atlético de Madrid sabía que el equipo dominaría el balón, sólo se
requería un juego acertado para dirigirlo hacia la portería rival.
Consecuentemente,
inició un cambio generacional importante en la selección. Dejó de convocar a
muchos, que podríamos decir que quedaban representados por el capitán Raúl
González. Y entregó las riendas a otros como Andrés Iniesta, David Silva, Cesc
Fàbregas, Juan Mata, Cazorla, Villa,
Torres y, muy especialmente, a Xavi Hernández. El cerebro absoluto del equipo,
ninguneado en el Barcelona, pasó a liderar el centro del campo español. Sin
Aragonés, Xavi no se hubiera convertido en el futbolista con mayor porcentaje
de victorias. Ni España hubiera abandonado un juego tan físico como poco
exitoso por otro de combinación y ataque. Contando atrás con Carles Puyol, Marchena,
Sergio Ramos, Senna de mediocentro y Casillas bajo palos, ¿qué podría salir
más? Así surgió la Roja. De la inteligencia de un hombre que supo tocar los
hilos correctos en el orden correcto para hacer sonar una sinfonía memorable,
consciente del material con el que contaba y de cómo sacarle el mayor provecho.
Y de la necesidad de transmitir una idea imprescindible a los suyos, la de
ganar, ganar y volver a ganar.
Estamos
en 2008, Eurocopa de Austria y Suiza. Queda por ver si el experimento le da éxito,
y desde los primeros días sufre una presión brutal ante la desaprobación de
muchos aficionados contra las novedades en el plantel. El lema Raúl selección cunde por doquier y al
poco el madrileño anuncia que después de la competición no continuará como
seleccionador nacional, independientemente del resultado. Que no puede favorecerle más: España superó
los cuartos de final tras unos agónicos penaltis frente a Italia, con el
decisivo tanto de Fàbregas desde los 11 metros; contra Rusia los locos bajitos firmaron
su mayor baile hasta la fecha con una goleada de ensueño, puro arte que supuso
la rendición incondicional de 45 millones de personas. Llegaron a la final,
algo inaudito desde el 64, entonces contra la Unión Soviética, ahora contra
Alemania, la temible Alemania. Pero don Luis no guardó reserva alguna: el
sistema de juego les había conducido hasta allí y les haría levantar una Copa
del Mundo con las huellas de Pelé y Maradona. Aquellos jugadores estaban hechos
para practicar ese sistema de juego extranjero que introdujeran en el país
Rinus Michels y Johan Cruyff más de 30 años antes. El fútbol le dio la razón:
1-0 con un tanto histórico de Torres quien le birló la cartera a Lahm para
batir al portero germano en la primera media hora y, sin nada más, final.
¡España ganaba la Eurocopa 44 años después, el país saltaba de celebración y
las calles se inundaban! Los campeones fueron recibidos en Madrid como héroes
en un país que nunca había recibido héroes. En medio del éxtasis nacional, con
madridista, culés y jugadores de demás equipos hermanados bajo un mismo color,
Luis Aragonés, el ideólogo de aquel imperio naciente del balompié, cumplió su
palabra y partió hacia una infructuosa aventura en la Liga turca.
La incógnita sin Luis
El
temor cundió acerca de quién sería el hombre apropiado para suceder a tan gran
hombre, querido por el país entero, pero la decisión resultó tan fácil como
acertada: Vicente del Bosque, anterior técnico blanco, con 2 Ligas y 2 Copas de
Europa. Su currículum parecía respaldarle, así como su firme intención en todo
momento de no romper con la herencia recibida de don Luis, sino, en todo caso,
de perfeccionar aquello que exigiera ser perfeccionado. Poco trabajo le darían
aquellos futbolistas, que iniciaron una etapa exitosa no conocida hasta
entonces con el apoyo de la afición, el credo bien aprendido y el ejemplo del
Barcelona de Guardiola, triunfando con el mismo sistema de juego y los mismos
deportistas: Xavi, Iniesta y Puyol, además de otros más novedosos pero
igualmente bien recibidos como Piqué, Busquets y Pedro. Con la seguridad y
serenidad inquebrantables, los 23 futbolistas partieron hacia un nuevo destino
con una meta en la cabeza: el Mundial, no alcanzado antes por el país. Hablamos
de 2010, hablamos de Sudáfrica. Aquellos hombres, muchos de ellos ya con una
amplia experiencia, marchaban hacia el mayor reto de sus vidas: el Mundial.
Seguirá en una segunda parte.