domingo, 13 de julio de 2014

No hubo consolación para Brasil

Por Raúl S. Saura

Daley Blind  

Por un lado, los anfitriones humillados hacía cuatro días. Por otro, los de que este partido no debería jugarse. Brasil y Holanda se enfrentaban por el tercer y cuarto puesto con la medalla de bronce como único consuelo por haber quedado tan cerca de la final. Una verdeamarelha herida, sin alma, desangelada, sin un plan concreto de juego más allá de la presión, en la que la vuelta del capitán Thiago Silva poco importó: su problema es mucho mayor. Holanda lo tuvo fácil ante tan dócil rival. Los de van Gaal no conceden fácilmente ningún encuentro y la oranje sentenció en 15 minutos el encuentro con dos goles, ellos no fallaron y merecieron acabar con una victoria su sobresaliente Mundial. Bien saben ellos de deudas históricas, más ahora que despiden a otra brillante generación de jugadores tulipanes.
Los cariocas terminaron SU Mundial como lo empezaron: llorando. Llorando por el himno, llorando por los goles, llorando por los penaltis y llorando por las derrotas. La presión puesta sobre los jugadores, conscientes de su deber histórico para con su país para ganar el título, para intentar aplacar así las voces opuestas a un campeonato mundial que ha costado 11.000 millones de dólares en un país que antes exige hospitales, carreteras y universidades. La presión les ha roto, ya antes de la semifinales frente a Alemania, por mucha psicóloga que contratara Scolari. La Mannschaft no falló contra ellos porque no falla y pasaron limpiamente por encima en una goleada tan abultada como histórica como dolorosa: 1-7 que aun no olvidamos ni olvidaremos. Un partido que ha provocado suicidios porque la verdeamarelha tiene demasiado prestigio y confianza como para esperarse tamaño fracaso. El Mundial que tanto les ha costado no les ha permitido siquiera obtener la recompensa de un digno tercer puesto. No, Holanda pasó por encima de nuevo y la crisis se acentúa. 
Una crisis iniciada en el Mundial del 82 cuando aquella mítica selección de los Sócrates, Zico y demás, se vio apeada en la tragedia de Sarrià por la Italia de Rossi y sus tres goles a Brasil. Desde entonces iniciaron un lento declive, abandonando un jogo bonito que sin Pelé ni Garrincha parecía no servir de nada, que, venga ya, somos Brasil, no nos hace falta nada para ganar porque siempre ganamos. La jugada salió bien en el 94 y en el 2002 pero los cariocas traicionaron lo que les hizo grandes y han terminado por pagarlo caro. Incluso Lula da Silva les criticó haber olvidado el jogo bonito. El fútbol brasileño. Y ahora, en su tierra y ante su gente, la historia les ha pasado por encima, y ante Alemania, ordenada en los 70 y ordenada ahora, como siempre ha sido. Con Löw, además, jugando preciosista. El dolor debe ser doble porque los alemanes fueron los brasileños sobre el campo. Y los holandeses también fueron los brasileños anoche, porque Brasil, la auténtica, murió hace mucho.
Si encima les colocamos enfrente a Sneijder, van Persie y Robben, poco más podemos decir. La naranja mécanica, al contrario que ellos, no jugó la final por poco y la sensación de merecer llevarse algo de Brasil 2014 la trajeron consigo, no como los cariocas. Así, Silva cometió falta (fuera del área) sobre el espléndido Robben porque sino se metía con el balón en la portería de Júlio César (quien, pese a ser de los mejores arqueros del torneo, se marcha como el más goleado). Penalti al cuarto minuto y gol. Y los holandeses, que solo tenían delante a un zombi, metieron otro en el 15'. En medio del vergonzoso caos carioca, con los locales ya venidos abajo por completo, David Luiz regaló el esférico a Blind para que subiera el segundo tanto al marcador y entonces el partido quedó muerto entre un Brasil cadáver y una Holanda compasiva. Los de Louis van Gaal, uno de los grandes nombres del Mundial, pudieron haber continuado destrozando a la verdeamarelha con una presión alta y llegadas de vértigo de los Robben y compañía. Tuvieron piedad con Brasil, aunque no por ello Brasil tuvo consolación. 
El tercer gol, en el 92' de Wijnaldum, ya ni se sintió como no se siente la herida en la piel de quien ya no está. Únicamente Oscar, como en la semifinal, mantuvo el honor nacional en medio de aquel naufragio sin precedentes. Al otro lado, el técnico holandés celebraba el triunfo de un partido que no quería jugar. 
Anoche vimos el ataúd de Brasil finiquitado, ahora toca a la torçida una nueva etapa, una renovación profunda, si quiere recuperar el buen nombre que tuvo algún día. Con nuevos jugadores (Neymar, Oscar, Hulk... están llamados a liderar este proyecto), nuevo técnico (Scolari puso su cargo a disposición de la Federación Brasileña de Fútbol) y, por favor, un nuevo juego. Cualquiera, pero un nuevo juego que recuerde los viejos tiempos, aquellos de ofensividad sin preocupaciones atrás, aquellos de talento, genio y juego entre las referencias arriba. Aquellos de enamorar que ahora sólo encontramos en otras selecciones como Alemania o España. Aunque no es lo mismo porque Brasil es única.
Por eso, esperemos, resurgirá de sus cenizas. O quedará sepultada en las cenizas de la historia.

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